
Claves para una educación de calidad
En su libro Educación del Pensamiento y las Emociones , Pedro Hernández Guanir ofrece estrategias para enseñar, para aprender, para motivar, para enriquecer el pensamiento, para canalizar las emociones, para desarrollar valores, para conducir la disciplina, para orientar a orientadores, docentes y padres… Aquí reproducimos un fragmento que resume los principios educativos fundamentales.
«Hay buenos y malos arquitectos. Hay buena y mala materia prima. Hay buenos y malos terrenos. Somos lo que somos como consecuencia de esa materia prima con la que cada uno ha venido al mundo, también, del terreno o ambiente donde hemos crecido, así como de las habilidades constructivas de esos arquitectos que hemos tenido, fundamentalmente de nuestros padres y profesores. ¿Qué es lo que un padre o madre pueden hacer para que sus hijos sean eficientes, sociables y felices? ¿Pueden hacer algo?»

1. Afecto
Es lo que puede proporcionar seguridad, vitalidad y optimismo en los hijos. Ante las dificultades futuras, podrán extraer esa energía almacenada en su memoria emocional, que es lo que permite su rehabilitación y superación.
2. Respeto
Las miradas y expectativas de los padres, creyendo y valorando a sus hijos, se traducen en que los hijos se miren a sí mismos de la misma forma, proveyéndoles de moldes mentales favorecedores de autoestima, autoconfianza y autonomía.
3. Claridad y firmeza normativa
Es imprescindible marcar los límites. Esto implica, muchas veces dolor y autocontrol en los padres. Pero los hijos necesitan orientarse en el territorio y tener las coordenadas para la vida. ¿Cómo? Con firmeza, pero proporcionándoles afecto, apoyo y gradualidad realista. Necesitan ejercitarse en la superación de barreras deportivamente. Esto les posibilita moldes mentales de encaje emocional, de conexión con los problemas, de operatividad y de optimización, que son los que más parecen relacionarse con el rendimiento y la eficiencia. (Hernández, 2002)
4. Reacciones diferenciales
Es importante que los padres sonrían, jueguen y bromeen con sus hijos. Sin embargo, deben mostrarse serios cuando el comportamiento de éstos es inadecuado. Es el contraste diferencial del comportamiento. Esto surte efecto, pues genera moldes mentales de autocontención y encaje emocional, pues lo que es inútil es estar continuamente en disposición crítica o sermoneando. La mirada de los hijos respecto al comportamiento de los padres produce cálculos y expectativas más correctos que todas las palabras ya argumentos que los padres puedan presentar.
5. Complicidad.
Es preferible renunciar a 100 y quedarse con 50, en las expectativas que los padres buscan del comportamiento de sus hijos. El malestar y el enfado de los padres pueden debilitar la complicidad con los hijos, y ésta es la que permite una influencia más duradera, aunque los resultados no sean tan contundentes.
6. Evitar Reactancia.
Es una consecuencia del principio anterior. El hijo o la hija están impulsados a ser él mismo o ella misma, a desarrollar su identidad y su proyecto, aunque sea incipiente y equivocado. Por eso, desde el momento en que perciba (y aquí varían también las predisposiciones de susceptibilidad de cada hijo) que sus padres los están controlando, manejando o ahogando, tenderá a reaccionar en oposición, por lo que la influencia de los padres se verá reducida.
7. Intervención de soslayo.
Es una sugerencia al principio anterior. Es necesario señalar criterios, marcar pautas y corregir lo inadecuado, pero los padres no deben convertirse en el elementos de presencia aversiva. No es cuestión de “predicar” ni que el hijo se sienta permanentemente cuestionado, con lo que se fomenta la “evaluación selectiva negativa”, tan perniciosa para la autoestima y la satisfacción personal. Es preferible hacer comentarios “cómplices» en relación a otras personas o a lo que ocurre en la tele. Y si se plantea directamente se debe hacer como motivo de opinión y reflexión, más que como un dardo arrojadizo.
8. Probabilidad de éxito.
Posiblemente sea éste el principio educativo más importante, cuyo modelo práctico lo tienen todos los padres del mundo cuando tratan de enseñar a sus hijos a andar. Implica: a) motivación inicial, animando y creando expectativas positivas; b) gradualidad, yendo “paso a paso”, poco a poco, de lo fácil a lo difícil; c) dominio-avance, procurando no pasar al siguiente paso sin dominar el anterior; d) recompensa, valorando y reforzando cada avance, especialmente en los primero pasos; y e) por último, atribución de control interno, haciéndole ver al hijo que es él quien lo ha logrado y quien puede seguir, por sí mismo, lográndolo en otros aspectos
9. Flujo personal.
Significa que toda persona tiene talentos o cualidades y sobre ellos conviene cosechar éxitos, para montar así la autoestima y la realización personal.
10. Inseminación paciente.
No siempre se siembra y se recogen frutos inmediatos. Hay padres que derrochan paciencia y esfuerzo en la buena marcha de un hijo o hija y no se ven gratificados con los resultados. Sin embargo, pasan los años (algunas veces cuando ya los hijos están casados y tienen hijos), cuando sienten las satisfacción de que su labor fue fructífera.
11. Autoaprendizaje emocional.
Educar es una tarea difícil y compleja, pero es, también, una ocasión de oro para que los padres y todos los educadores se ejerciten en su propia educación, en el propio manejo y aprendizaje emocional, modificando los propios moldes mentales negativos y potenciando los optimizadores.
Hernández, P. (2005). Educación del Pensamiento y las Emociones. Psicología de la Educación. España: Tafor-Narcea
Contacta con nosotros
En Psicomold Psicólogos ofrecemos asesoramiento y talleres para padres, madres y profesores. Así como terapia y orientación a niños y adolescentes.
